La expresión inteligencia emocional fue acuñada por Peter Salovey y John Mayer en 1990. Pero, fue a partir de la publicación del libro homónimo del psicólogo Daniel Goleman (1995), que el concepto comenzó a recibir mucha más atención.
Se la define como la aplicación inteligente de las emociones y determina cómo nos manejamos con nosotros mismos y con los demás en la vida diaria. Es un conjunto de destrezas, actitudes, habilidades y competencias que inciden en nuestra conducta, en nuestras reacciones; es la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, de motivarnos y de manejar adecuadamente las relaciones.
Si bien, habitualmente, se habla de la inteligencia como la capacidad heredada genéticamente, es necesario comenzar a mirarla con otra óptica. A menudo, se asocia personas inteligentes con aquellas de buen rendimiento académico. Sin embargo la inteligencia en sí no ofrece prácticamente ninguna preparación para las dificultades u oportunidades que acarrea la vida. Frente a determinadas situaciones, algunas mentes deslumbrantes caen en un sinsentido difícil de explicar. Por tanto, es dable pensar a la vida emocional como un ámbito que, al igual que la matemática o la lengua, por ejemplo, requiere de destrezas y un singular conjunto de habilidades; de lo contrario, sería difícil explicar problemas de aprendizaje, disminución de interés o escasa concentración frente a un texto, cuando están dadas las condiciones de base. Alguien que ha desarrollado inteligencia emocional, tienes habilidades que le permiten percibir adecuadamente las emociones, propias y ajenas, responder de manera adecuada, relacionando la expresión honesta de las emociones con la cortesía, suele considerar y respetar a los demás, seleccionar trabajos que son emocionalmente compensatorios, balanceando el trabajo, el hogar y la vida de ocio.
La escuela y la familia: dos ámbitos posibles para el desarrollo de la Inteligencia emocional
Si bien la escuela, en general, tiene tendencias reproductivistas, esto es, repetir contenidos y metodologías año tras año, muchas veces descontextualizados; hay formas de ayudar, al menos desde cada lugar, por pequeño que fuere, para el desarrollo de la inteligencia emocional. Algún posible camino para lograrlo podría ser la percepción de las necesidades, de las motivaciones y de los intereses de los alumnos y/ o hijos, ayudarlos a que establezcan objetivos personales, facilitar a los procesos de toma de decisiones y responsabilidad personal, desde el marco de un clima emocional positivo, ofreciendo apoyo particular y social para aumentar la autoconfianza.
Para ello los docentes y los padres deberán conocer y reconocer las emociones de los más chicos, ayudarlos a gestionar la emocionalidad, prevenir conductas de riesgo, desarrollar la resiliencia, adoptar una actitud positiva ante la vida, prevenir conflictos interpersonales y mejorar la calidad de vida escolar y familiar. Esto requiere de un adulto equilibrado, con habilidades empáticas y de resolución serena, reflexivo y justo en los conflictos interpersonales, los cuales podrían convertirse en fuente de aprendizaje para sus demás. Los padres pueden ayudar alentando a sus hijos en lo que les gusta; encontrar formas de enfrentar temores, ansiedad, ira, tristeza, soledad, culpa, vergüenza y ayudarlos a crecer aprendiendo a enfrentar las crisis.
Cambiar no es tarea fácil. Sin embargo, aferrarse a viejas ideas o paradigmas que ya no aportan nada, llevarán al camino de la rigidez e inflexibilidad. Está más que claro que el aprendizaje no es algo lineal, impuesto de arriba hacia abajo, rígido. Por tanto, partir de la idea de inteligencia como la disponibilidad afectiva al aprendizaje, podrá cambiar la mirada para nuevas consideraciones.
Hay formas de ser en el hogar y en la institución escolar que los chicos irán incorporando, especialmente en los primeros años de vida. Familia y escuela podrán confluir a formar en los niños confianza en sí mismos, curiosidad por descubrir y fomentar la sensación de sentirse capaces de hacer, de comunicar lo que piensan y sienten. Padres y docentes, principales responsables de esta etapa, no podemos dejar pasar esta oportunidad.