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Literatura: «Mitomanías de la educación argentina»

Atravesada por relatos de signo opuesto que la consagran como emblema de ascenso social y responsable de las desgracias nacionales, la enseñanza afronta una disparidad de críticas y demandas que son revisadas por Alejandro Grimson y Emilio Tenti Fanfani

La educación, como el fútbol y la política, forma parte de esas cuestiones omnipresentes en las sobremesas familiares, que convocan al debate y transforman a cada uno de los interlocutores en eventuales expertos: «Hay que adecuar la escuela a las demandas del mercado», «La educación mejoraría si se invirtiera más» o «Antes había orden y disciplina», son algunos de los juicios que se instalan fatalmente en la cultura y plantean una distorsión ahí donde creen haber identificado la repuesta a un dilema.

«Mitomanías de la educación argentina (Siglo XXI editores)» escrita por Alejandro Grimson y Emilio Tenti Fanfani, se propone desarmar las mentiras y los estereotipos en torno a las políticas educativas, también desactivar las visiones nostálgicas que proclaman el retorno a los viejos ideales sarmientinos, como si la enseñanza fuera una instancia cristalizada que resiste impasible frente a las mutaciones sociales de los últimos cien años.

La obra es una prolongación de Mitomanías, que el antropólogo Grimson publicó a fines de 2012. Ahora, en asociación creativa con Tenti Fanfani -docente, ex investigador del Conicet y egresado de Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad de Cuyo- la idea es sugerir un marco de referencia para delimitar los alcances de conceptos como «violencia escolar» y «crisis educativa», a la vez que presentar a la escuela como una institución viva y cambiante.

«En materia de educación, como en otros aspectos, está la idea de que todo tiempo pasado fue mejor -destaca Grimson. Estamos depositando en la escuela una cantidad de sobredemandas que generan frustración inevitable y obturan la posibilidad de discutir si se está cumpliendo con los objetivos principales. Hay que pedirle a la escuela lo que sólo la escuela puede hacer».

¿La educación está en crisis o esta formulación es también una «mitomanía»?

Tenti Fanfani: Hay crisis y no negamos los problemas, lo que cuestionamos es esa definición de la escuela contemporánea como si estuviera en proceso de decadencia, de descomposición. Esta idea supone que la educación tuvo en su origen una esencia pura que después se fue deteriorando, lo que es una concepción falsa: los problemas que atraviesa la educación hoy son inéditos y no se resuelven volviendo a un estado de pureza original.

Esa definición del problema que pone el acento en la decadencia induce a pensar que las políticas tienen que ser restauradoras y reaccionarias, haciendo volver a la escuela a los modelos antiguos. No cuestionamos que existan tensiones, pero sí sabemos que no es correcto encuadrar el problema como un deterioro o decadencia.

Grimson: A la idea de escuela concebida por Sarmiento no hay que colocarla en el pedestal de los decadentistas que sostienen que era fantástica -no hay que olvidarse que fue proveedora de consignas como «la letra con sangre entra»-, pero sí reconocer lo positivo que tuvo ese legado, en especial el hecho de haber instalado en el corazón de la sociedad argentina la importancia de la educación.

Tuvo aspectos notables como el hecho de permitir integrarse a una ciudadanía con posibilidades de movilidad social y aspectos negativos en la medida en que no reconoció la heterogeneidad cultural del país y tendió a una homogeneización que en la actualidad es inaceptable.

¿Qué tensiones atraviesan hoy a la educación?

TF: El problema que tenemos con la educación es que se deposita en la escuela una cantidad desmedida de expectativas. De ella parece que dependiera todo: el crecimiento económico, la productividad, la democracia, la moral… se están depositando demasiadas expectativas y es obvio que la educación no puede resolver todo. La escuela está sobredemandada y subdotada.

Hay que volver a pensar cuál es el sentido de la escuela en las sociedades actuales, pero es obvio que no puede ser el mismo que en la época de Sarmiento, una etapa fundacional del Estado nacional. Hoy la construcción de la identidad no pasa sólo por la escuela, ya es un capital adquirido. De hecho, los triunfos deportivos en el exterior generan más pertenencia que la evocación de las fechas patrias. Eso habla de otros agentes que constituyen la identidad.

G: Se suele escuchar que la escuela debe ofrecer una educación de calidad ¿Qué es calidad? ¿Calidad es saber mucho de informática? ¿Buena escuela es aquella donde los chicos tienen buen rendimiento en matemática, aunque eso implique amenazarlos para que estudien? Lo que es bueno para un grupo social es malo para otros. Estas cuestiones hacen visible la dificultad para construir un consenso.

¿El mito de la decadencia educativa está reforzado por las pruebas PISA, ese estándar internacional que suele colocar a la Argentina por debajo de los niveles razonables?

TF: No es lógico que venga un organismo internacional y arme un ranking a partir de una prueba de matemática y lengua tomada a un grupo de chicos de 15 años ¿Con una pequeña prueba definimos cuáles son los mejores sistemas educativos del mundo? El método es de una simplificación impresionante. Lo obvio siempre es sospechoso. En ese sentido este libro invita a sospechar de lo obvio.

El objetivo es también discutir la manera en que definimos los problemas educativos, porque las palabras que usamos para hablar de lo social no son simples fotografías, no son inocentes: construyen una manera de ver, muchas veces asociadas a intereses.

¿En qué medida la escuela ha perdido su lugar excluyente de legitimación del saber y compite con otros canales?

TF: La escuela tiene todavía un cierto monopolio sobre el conocimiento porque hay ciertos saberes que sólo se pueden aprender ahí. Nadie aprende matemática ni lengua a través de Internet. Se ha democratizado la información, la circulación de datos, pero no el conocimiento. En Internet circula la cultura objetivada, convertida en libro, pero el criterio de apropiación del libro supone aprender a leer y masivamente se aprende a leer en la escuela.

Uno puede acceder a los museos del mundo y escuchar toda la música clásica a través de Internet pero ¿dónde se desarrolla la capacidad y los criterios para entender la música de Bach o la pintura abstracta? El desarrollo de la lengua, la competencia expresiva, requiere de práctica sistemática en una institución especializada y en ese sentido la escuela tiene todavía un monopolio.

¿La apatía que se le atribuye a los alumnos está relacionada con la dificultad de la escuela para dialogar con la oferta de saberes paralelos ligados a los dispositivos tecnológicos? 

G: Sí, la escuela está atrasada en la incorporación de esas nuevas competencias. No es fácil: una vez que los chicos acceden a la computadora el gran desafío es incorporar a la informática al proceso educativo. Eso implica al mismo tiempo incidir sobre la formación docente, porque no se puede cambiar un hecho sociológico inevitable que tiene que ver con que la mayoría de los docentes nacieron sin computadoras y la mayoría de los chicos, por el contrario, desde que nacen se relacionan con ellas naturalmente. Ese es un desfasaje generacional que se va ir achicando.

Hay que jerarquizar los saberes de una manera distinta, preguntarse cuál es el lugar de la escuela hoy. Y hay que establecer prioridades y no plantearle una infinidad de demandas a la escuela que no podría responder y frente a lo cual va a perder prestigio. Hay que pedirle a la escuela lo que sólo la escuela puede hacer.

 

Fuente: Télam
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