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La educación ante los retos y desafíos del siglo XXI: violencias y patologías

No es novedoso afirmar o percatarse que la educación ante el advenimiento del siglo XXI afronta una serie de retos y desafíos, entre ellos la presencia de distintos tipos de violencias entrelazadas con nuevas patologías sociales. En este artículo, Guillermo Magi hace un aporte a esta reflexión desde la comprensión de nosotros como seres vivos y particularmente como seres humanos.

No es novedoso afirmar o percatarse que la educación ante el advenimiento del siglo XXI afronta una serie de retos y desafíos, entre ellos la presencia de distintos tipos de violencias entrelazadas con nuevas patologías sociales.

Me gustaría entonces hacer un aporte a esta reflexión y hacerlo desde la comprensión de nosotros como seres vivos y particularmente como seres humanos.

Somos seres vivos y entre ellos, somos seres humanos.

En la escuela, en la enseñanza de años atrás se acostumbraba a tomar como definición del ser vivo a todo aquel “que nacía, crecía, se reproducía y moría”.

Una definición que durante muchas décadas acompañó nuestra formación e integración social, pero que escondía falencias ante los nuevos escenarios sociales de fines del siglo XX y mucho más aún principios del presente siglo XXI.

Señalo tan solo el aspecto de la reproducción como una condición tal para ser reconocido como ser vivo, como si quien no se reproducía no lo fuera; y por otro lado la ausencia de las diferencias y las enfermedades, como si sólo se fuera ser vivo si se mantenía el supuesto equilibrio evaluado y reconocido socialmente como el “estar sano”.

Asimismo se ha tomado durante mucho tiempo también al ser humano como “animal racional”, destacando que lo distintivo de nuestra especie es la racionalidad y sólo ella.

Quiero por tanto aportar dos miradas, en primer lugar el ser vivo es una unidad vital que actúa con clausura operacional y con acoplamiento estructural. Vamos a este punto.

Por clausura operacional se entiende o define que un ser vivo en tanto que unidad operativa es cerrada en si misma, lo que le sucede tiene que ver con ella y no con el entorno, lo que le sucede le ocurre en cuanto unidad independiente y por tanto impacta en cada unidad de manera diferenciada, si el ser vivo no tuviera esta condición, el medio debería producir o provocar en todos las mismas reacciones.

Por acoplamiento estructural se entiende que aquellas unidades definidas en el párrafo anterior lo son o se desarrollan en contextos en los cuales establecen vínculos y relaciones, llegando a formar incluso sociedades complejas como lo hemos hecho los humanos. Vivimos como seres vivos nuestra clausura operacional acoplados como estructuras en estrechos, profundos y permanentes vínculos que nos relacionan, nos desarrollan, nos impactan de distintas maneras, en fin vivimos en sociedades que a su vez también están conformadas por sociedades más pequeñas como la vida familiar o la vida en las instituciones por las cuales transitamos.

Existe un hecho paradigmático que nos aporta luz para estas reflexiones. Se trata “del caso dramático, de dos niñas hindúes, que en 1922 en una aldea bengalí, al norte de la India, fueron rescatadas (o arrancadas) del seno de una familia de lobos que las había criado en completa aislación de todo contacto humano.” (MATURANA, Humberto y VARELA, Francisco (1990): “El árbol del conocimiento”. Editorial Universitaria. Chile, Cap. VI), sigue la cita: “Las niñas tenían, una unos ocho años, la otra cinco, la menor falleció al poco tiempo de ser encontrada, en tanto que la mayor sobrevivió por unos diez años junto a otros huérfanos con quienes fue criada. Al ser encontradas, las niñas no sabían caminar en dos pies, y se movían con rapidez en cuatro. Desde luego no hablaban y tenían rostros inexpresivos. Solo querían comer carne cruda y eran de hábitos nocturnos, rechazaban el contacto humano y preferían la compañía de perros o lobos. Al ser rescatadas estaban perfectamente sanas, y no presentaban ningún síntoma de debilidad mental o idiocia por desnutrición y su separación del seno de la familia loba produjo en ellas una profunda depresión que las llevó al borde de la muerte con el fallecimiento de una de ellas.

La niña que sobrevivió diez años cambió eventualmente sus hábitos alimenticios y sus ciclos de actividad, y aprendió a caminar en dos pies, aunque, siempre recurría a correr en cuatro pies cuando estaba movida por la urgencia. Nunca llegó a hablar propiamente, aunque si a usar unas pocas palabras. La familia del misionero anglicano que la rescató y cuidó de ella, lo mismo que las otras personas que la conocieron en alguna intimidad, nunca la sintieron verdaderamente humana.

Este caso –y no es el único- nos muestra que aunque en su constitución genética y en su anatomía y fisiología eran humanas, estas dos niñas nunca llegaron a acoplarse al contexto humano”, hasta aquí la cita.

Reflexionar sobre este hecho puede convertirse en reiterativo dado que el mismo es de por si muy claro, pero vale remarcar o matizar algunos detalles.

• El cambio de contextos, o diríamos de acoplamiento estructural, produjo en las niñas una profunda depresión, es decir que nuestra clausura operacional es tal pero entendida la misma en la capacidad que como estructuras tenemos de acoplarnos. No podemos por el hecho de definirnos como seres vivos con determinación estructural prescindir del medio
• Los distintos contextos a los cuales una unidad puede acoplarse, son simplemente eso: distintos contextos!. Nuestra cultura a veces nos hace pensar que hay “contextos buenos, que suelen ser los nuestros, y contextos malos, que suelen ser los de los otros”. Hay si contextos más favorables o menos favorables para el desarrollo de una unidad, pero la unidad como tal se acoplará por necesidad a su contexto o en su defecto caerá en depresión profunda hasta causarle posiblemente la muerte.
• La conformación genética de una unidad no es determinante para definir su acoplamiento. Así sucedió con estas niñas, y se trata de un caso extremo, pero las características de la sociedad humana actual con el desarrollo de las tecnologías y con la vivencia de la aldea global que mas que acortar las distancias las ha anulado ya directamente, nos ponen cotidianamente ante estas situaciones en las cuales convivimos en una sociedad que nos obliga a un permanente y continuo acoplamiento con el otro dado que las diferencias no son ya cosa extraña sino cotidianas.

Vamos ahora al punto que somos “animales racionales” y por tanto lo distintivo en nosotros es la racionalidad, la inteligencia. Debemos reconocer que los distintos estudios científicos en el área de la etología nos hacen poner en duda en primer lugar esta certeza de ser los únicos seres con inteligencia, pero mucho más aún, la experiencia cotidiana con nuestros animales domésticos nos hace afirmar con ejemplos muy concretos que ellos “son muy inteligentes”.

Seguir pensando que lo racional es lo que caracteriza a lo humano es una falacia porque requiere desconocer el papel de las emociones.

Ahora bien, las emociones desde las cuales actuamos no son entendidas desde lo espiritual o meramente psicologista. Asumo la concepción del biólogo chileno Humberto Maturana, que afirma:

“Las emociones no son lo que corrientemente llamamos sentimientos. Desde el punto de vista biológico lo que connotamos cuando hablamos de emociones son disposiciones corporales dinámicas que definen los distintos dominios de acción en que nos movemos. Cuando uno cambia de emoción, cambia de dominio de acción. En verdad, todos sabemos esto en la praxis de la vida cotidiana, pero lo negamos, porque insistimos en que lo que define nuestras conductas como humanas es su ser racional. Al mismo tiempo, todos sabemos que cuando estamos en una cierta emoción hay cosas que podemos hacer y cosas que no podemos hacer, y que aceptamos como válidos ciertos argumentos que no aceptaríamos bajo otra emoción” MATURANA, Humberto (1994): “Emociones y lenguaje en educación y política”. Santiago de Chile, Hachete / Comunicación.

En definitiva, considero que como seres humanos vivimos en la trampa de seguir “diciendo” que lo que nos caracteriza como tales es nuestro ser racional, cuando nuestra especie se define por el entrecruzamiento que tenemos entre nuestras emociones y nuestra razón.

Nuestros argumentos racionales, o como se diría en política, los fundamentos del debate no son más que esos, simples argumentos racionales que están por tanto en el plano de la lógica y que no pueden concluir en desacuerdos porque el plano de la lógica no lo permite.

Y no se trata principalmente de sostener que somos esencialmente racionales, sino de “movernos” en nuestra vida cotidiana como tales, en la certidumbre que todo podemos descifrarlo por medio de la razón y por tanto la metáfora del mundo es aquella que nos hace creer que efectivamente el mundo es tal cual como nosotros podemos pensarlo, la metáfora representacionista!. Vivimos en la seguridad que tenemos internamente una representación del mundo que no es creada por nosotros sino que es copia e imagen real del mundo objetivo tal cual como todos lo perciben.

Siguiendo con la cita de Humberto Maturana, en el mismo texto dice:

“Hay discusiones, desacuerdos, que se resuelven sin que uno vaya más allá de ponerse colorado. Si yo digo que dos por dos es igual a cinco y ustedes me dicen: no hombre, no es asi!. Mira la multiplicación se hace de esta manera, mostrándome como se constituye la multiplicación, yo a lo mas digo, “ah, de veras, tienes toda la razón, disculpa!”. Si esto ocurre, lo peor que puede pasar es que me ponga colorado y tenga un poco de vergüenza. También puede ser que no importe nada porque el desacuerdo no tiene más que un fundamento lógico ya que sólo hubo un error al aplicar ciertas premisas o ciertas reglas operacionales que yo y el otro aceptábamos. Nuestro desacuerdo era trivial: pertenecía a la lógica.
Nunca nos enojamos cuando el desacuerdo es sólo lógico, es decir, cuando el desacuerdo surge de un error al aplicar las coherencias operacionales derivadas de premisas fundamentales aceptadas por todas las personas en desacuerdo. Pero hay otras discusiones en las cuales nos enojamos (es el caso de todas las discusiones ideológicas); esto ocurre cuando la diferencia está en las premisas fundamentales que cada uno tiene. Esos desacuerdos siempre traen consigo un remezón emocional, porque los participantes en el desacuerdo viven su desacuerdo como amenazas existenciales recíprocas. Desacuerdos en las premisas fundamentales son situaciones que amenazan la vida ya que el otro le niega a uno los fundamentos de su pensar y la coherencia racional de su existencia”.

El surgimiento en la escena de análisis de nuestras emociones como disposiciones corporales que especifican nuestros dominios de acción nos permiten otro ángulo distinto de análisis.

Cuando, como dice el autor mencionado, nuestros desacuerdos están en el plano de la lógica, no deberían enojarnos ni requerirnos discusiones airadas pero nuestra dificultad radica en estigmatizar nuestros desacuerdos emocionales como discusiones lógicas y racionales, viendo al otro como una amenaza a mi posición y por tanto necesito negar los fundamentos de su pensar para poder imponer los míos.

Desconocer este aspecto del ser humano considero que nos lleva en nuestro acoplamiento estructural a desarrollar acciones y sobre todo actitudes que generan violencias y patologías.

Estas violencias tiene por causa manejarnos con aquella metáfora representacionista que nos ciega ante el hecho que la percepción del mundo no es solamente y ni siquiera principalmente racional. Si así, fuera sería sencillo puesto que todos percibiríamos el mismo mundo. La percepción alimenta nuestra creación interna, pero la misma esta indudablemente cruzada con nuestras emociones, especialmente aquellas más profundas que nos constituyen como seres vivos y a nosotros en particular como seres humanos.

La experiencia cotidiana nos muestra escuelas cada día más estigmatizadas por la violencia y las patologías sociales de los contextos en los cuales están insertadas, tanto sean barrios de periferia como barrios más desarrollados económicamente.

“Corrientemente vivimos nuestros argumentos racionales sin hacer referencia a las emociones en que se fundan, porque no sabemos que ellos y que todas nuestras acciones tienen un fundamento emocional, y creemos que tal condición sería una limitación a nuestro ser racional”

Si podemos reconocer que como seres humanos estamos estrechamente entrelazados entre lo emocional y lo racional podremos encauzar nuestras conversaciones y diferenciar nuestros desacuerdos.

Cuando los desacuerdos estén en el plano de la lógica simplemente requerirán de un esfuerzo racional de nuestra parte por buscar la verdad, pero cuando el desacuerdo se funde en premisas que hemos aceptado a priori y que implican vivenciar al otro como una amenaza estaremos ante la alternativa de actuar desde una dinámica emocional que nos impedirá llegar al acuerdo o podremos reconocer nuestro estado emocional y desde él analizar cuáles son aquellas premisas que hemos aceptado sin cuestionarlas para poder modificar nuestra conversación y crear en ella acuerdos que impliquen aceptar y asumir nuestras diferencias como tales y no como amenazas a las cuales hay que destruir y negar.

Conclusión.

La educación, que es algo más que la vida en la escuela, deberá tener presente que somos seres vivos y por tanto tenemos nuestra propia determinación estructural; y como seres humanos aceptarnos como una interrelación de lo racional con lo emocional.

No se erradica la violencia o las patologías sumando las igualdades y alejando las diferencias, simplemente porque tanto una –la violencia- como las otras –las patologías- están en cada uno de nosotros y pasa por nuestro operar como seres independientes modificarlas, dando lugar a la emoción básica que nos constituyó en la deriva natural de nuestra especie como seres humanos y esa emoción básica es el amor, el amor como emoción y por tanto entendida como disposición corporal de aceptación del otro.