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Jam de improvisación en el CEC

La cita es mañana sábado a las 16 en el Centro De Expresiones Contemporáneas

Mañana sábado 30 de mayo Natalia Pérez y Fernando Pellegrinet coordinarán en el CEC, el Jam de improvisación, un espacio de encuentro para experimentar el movimiento en sus diferentes posibilidades, a veces en contacto con otro, a veces solo.

Un diálogo con lo que se trae como recorrido personal y lo que aparece en el intercambio con los demás. En la danza hay momentos de silencio y otros en los que la música juega como un participante más.

La cita es mañana sábado a las 16 en el Centro De Expresiones Contemporáneas, ubicado en Paseo de las Artes y el río Paraná, de la ciudad de Rosario.

Jam

«Cuerpos en el suelo, respirando en sordina, inmóviles más allá del aire que nos mece adentro. O tal vez algún rolido, algún estirarse, pero de cuerpos todavía en estado fetal en ese sueloútero.

Y aunque ya existe una danza ahí -y aunque exista una danza siempre-, en algún momento alguien hace un gesto que pasa a tener intención de danza. Es una aproximación, un señalamiento, un llamado a otro cuerpo, y a todos. La respuesta, antes que verse, se oye o se huele como el meteoro que aún no ha llegado a tocarnos. Es una melodía de roces, de respiraciones que se aceleran, de manos y pies que frenan, apoyan, empujan. Un olor a lluvia de danza. Por ahora es uno, o son dos, la semilla. Lo que viene después se parece a una reacción química, al crecimiento de una planta, al agua ocupando un cauce cuando crece un río de montaña. Multiplicación, propagación y mutación. Es el universo haciéndonos comprender que somos el universo. Y estamos acá, ahora todos, (de)liberadamente o no, bailando.

Se escucha una risa. Alguien se descuelga de un cuerpo como del árbol de la infancia. Hay dos practicando estándares del contact: mesubotesubís, tearrastromearrastás. Unos brazos se proyectan como rayos y giran, queriendo cortar los cuerpos por la mitad. A su lado alguien suaviza la imagen bailando una deformación de padedés. Un dúo establece una capoeira en cámara lenta. Se forma una montaña de cuerpos. Unos chicos de la escuela de acrobacia la saltan y caen y ruedan del otro lado. Más risas. Y aunque ya existe una música ahí -y aunque exista una música siempre-, alguien pone un disco y empieza a sonar una música.

Cincuenta personas. Tres horas. Todo un arco de danzas, y sólo explorándolo desde una nomenclatura arbitrariamente esdrújula: estáticas, mínimas, rígidas, robóticas, plásticas, acrobáticas, frenéticas; pseudoclásicas, eclécticas, contemporáneas; dramáticas, cómicas, románticas, eróticas, lúdicas. Hay juego. En el sentido de diversión, recreación, en el de correspondencia, y también en el de apuesta. Aislando cada movimiento se puede identificar una mimesis, la estación de un recorrido corporal, la búsqueda de un límite, la salida a posibilidades más allá. Y para el otro lado, si se suman todas las danzas se percibe, aunque esquivo, inefable, un absoluto, una verdad inalcanzable salvo por este resplandor, la belleza.
Llega el final. Se forma un círculo para retener por un momento la experiencia, agradecer y soltar. Nos vamos. Eso que fuimos todos bailando -magia química, vegetal, fluvial- también se va. Y en el centro del círculo queda latiendo el cristal, el fruto, el charco, la huella» – Fernando Pellegrinet.

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