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Institutos Superiores de Formación docente. Hacia una nueva cultura institucional

La asimetría planteada entre profesor y alumno, se fue automatizando y naturalizando, entre otras razones, debido a que el docente, luego de recibido, continúa su trabajo en el mismo sistema en que se formó

En las prácticas áulicas e institucionales de los Institutos Superiores de Formación docente (ISFD) comúnmente se considera a  la población como homogénea. Sin embargo, esta visión cristalizada de los jóvenes la supone como una etapa transitiva, de preparación para la vida adulta y como período de prueba, en la que los adultos tienen una mirada verticalista por sobre los más chicos. Siguiendo esta lógica, se considera al joven inmaduro, inexperto, negado como sujeto social, el cual hay que tutelar, transformándose así en un límite para poder pensar al estudiante como actor social de relevancia.

Si bien en 1985, la Organización Internacional de la juventud determinó que es joven quien se encuentra entre los 15 a 29 años, la edad no es criterio de definición excluyente; sino que sólo delimita la condición de juventud. Por ende, es necesario destacar que hay juventudes, en plural, al igual que infancias y adolescencias, y distintas maneras de ser joven, diferentes culturas juveniles con características contextuales, propias de cada región, barrio o terruño.

No obstante ello, esta mirada rígida se sigue reflejando en las instituciones a través de una cultura escolarizada, categoría que caracteriza y ejemplifica a muchos de los ISFD. Birgin y Pineau (1998) describen muy claramente esta problemática en su artículo “Son como chicos. El vínculo pedagógico en los institutos de formación docente” y señalan que se sigue sosteniendo un vínculo pedagógico tradicional, en el que el docente es quien posee  el saber y el estudiante es considerado como un ser inacabado a quien se debe formar. Una de las causas que ayudó a naturalizar este enfoque fue la corriente normalista, la cual constituyó una matriz de pensamiento y acción, propia de fines del siglo XIX.  Esta cultura escolarizada y escolarizante se fue apropiando de las prácticas no sólo de la escuela primaria, sino también de otros niveles educativos y se enquistó en todo el sistema, con mucha más notoriedad en el nivel superior. Esta asimetría planteada entre profesor y alumno, se fue automatizando y  naturalizando, entre otras razones, debido a que el docente, luego de recibido, continúa su trabajo en el mismo sistema en que se formó. En cambio, los médicos, por ejemplo, realizan sus prácticas laborales en el hospital y los ingenieros en las fábricas, hecho que les permite salir de  la estructura escolar y entrar a otras instituciones ajenas a su cotidianeidad.

Ahora bien, cómo hacer para “romper” con esta visión homogénea y escolar en los ISFD, encargados de la formación de futuros docentes.

Una de las posibilidades es la construcción de nuevos vínculos pedagógicos, la cual podría lograrse con opciones flexibles de cursada para que los estudiantes, (casados, con hijos, con condiciones laborales adversas, etc.) puedan optar entre diferentes propuestas. Además, el ofrecimiento de interacciones con otros establecimientos académicos o sociocomunitarios a fin de establecer otras prácticas. Y, por último,  se debería superar la  rigidez que caracteriza a las instancias de evaluación. Por citar sólo un ejemplo, la incorporación de imágenes, de videos, de películas, con sus respectivos análisis, podría ser parte de otras prácticas evaluativas.

Otro de los puntos que favorece una nueva gestión, es la democratización de los institutos que lleva a la autonomía institucional; aunque esto no es una relación causa-efecto, sino que implica un trabajo arduo en pos de favorecer la participación de todos. Y si bien se está trabajando con normativas ministeriales para abrir a otras maneras de apertura e implicancia institucional, ésto conlleva un trabajo de concientización al interior de los establecimientos.

En Rosario, sólo dos institutos, específicamente el ISFD N°28, Instituto O. Cossettini, y el ISEF N°11, Instituto A. Grandoli, son entidades autónomas; cuyas autoridades tienen cargos electivos y hay órganos de gobierno, representantes de todos los claustros, que deciden la vida institucional. Estos espacios de debate y toma de decisiones se nutren, o debería hacerlo, con la participación y el involucramiento de los actores que forman parte de la institución y, en este sentido, los estudiantes cumplen un rol fundamental por constituirse como protagonistas de la vida democrática.

Sumado a lo anteriormente planteado, nada será posible sin un planeamiento estratégico, con trabajo en equipo, gestión participativa de todos los actores y evaluación permanente.

Para una vida democrática, la toma de decisiones es fruto de la reflexión, enmarcada en las prácticas participativas. Para ello, se necesita otorgar la palabra a los docentes y a los estudiantes, debatir con ellos y lograr consensos, aún incorporando los disensos y, asimismo, comprender a estos últimos con sus trayectorias reales, más allá de las trayectorias teóricas o lo que se espera de ellos.

Proponer una nueva gramática institucional no es tarea fácil porque suele haber intereses creados, individuales o grupales, que obturan el trabajo diario. Quizás, si estos se dejaran de lado en pos de  los intereses institucionales, permitiría un crecimiento colectivo y una vida más saludable para cada uno de los que circulan las instituciones.

 

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