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El simulacro de enseñar

En su nuevo libro, el escritor y docente Gonzalo Santos denuncia la escasa preparación que tienen los alumnos que ingresan a los institutos de formación docente: “No sólo los alumnos llegan con pocos conocimientos; en muchos casos los docentes también”

“(De)formación docente: apuntes dispersos” es el nombre del libro del escritor Gonzalo Santos que realiza un recorrido por los institutos de formación docente del conurbano bonaerense, donde se forman los futuros maestros y profesores de primaria y secundaria.

En su investigación, Santos se encontró con un panorama que no era el esperado: los alumnos, futuros docentes, tenían enormes falencias en su preparación: “El primer problema que advertí es que muchos alumnos ingresan con escasa preparación, y no sólo no tienen los conocimientos necesarios, tampoco han adquirido hábitos de estudio, y en muchos casos ni siquiera pautas de convivencia: yo no podía creer, al principio, que hubiera los mismos problemas de conducta que suele haber en la secundaria: chicas pintándose las uñas, hablando por encima del profesor, chicos comentando el fútbol…”, explica el escritor luego de haber sido parte de esa experiencia no solo como investigador sino como profesor.

¿Cómo es posible que un alumno llegue a ese nivel con tantos déficits de aprendizaje?

Porque vienen de una secundaria en la que se ha confundido inclusión con facilismo, y donde la «caridad educativa» reemplazó la «calidad educativa», que es un concepto que la izquierda considera «elitista» y que, por una serie de malentendidos, dejó que se lo apropiaran quienes tienen una visión más conservadora. Hoy si uno habla de calidad corre el riesgo de ser tildado de «facho». Un disparate.

¿Considerás que es una situación general que se da en todo el sistema educativo del país?

Más allá de algunas excepciones, sí, es una situación bastante generalizada, y no sólo en el país: muchos de estos problemas educativos se vienen dando en buena parte del mundo, incluso en varias partes de Europa. El punto es que acá esos problemas se acentuaron, producto de malas políticas educativas. En lo que respecta a los institutos de formación docente, en los últimos años proliferaron por todas partes, sin ninguna planificación estratégica, es decir, se iban inaugurando no como parte de una política educativa, sino como parte de una política de empleo, una política social: en muchas provincias, por ejemplo, la carrera docente, ante la falta de empleo genuino, se constituyó en una de las principales salidas laborales, junto a la carrera de policía y la obra pública. Entonces actualmente tenemos más de mil trescientos profesorados (número único en el mundo) sin los recursos humanos idóneos para abastecerlos, y yo pido disculpas, pero alguien lo tiene que decir: no sólo los alumnos llegan con escasa preparación; en muchos casos los docentes también. Y peor aún, a eso se le suman diseños curriculares que privilegian las materias pedagógicas por sobre las específicas, lo que da por resultado que egresen docentes de, por ejemplo, biología que cada vez saben menos biología. Así es el modelo FLACSO, cuyos “intelectuales” –seamos generosos– vienen asesorando gobierno tras gobierno, y expresando esa ideologíca pedagocrática que hoy en el mundo parece ser hegemónica.

¿Qué problemáticas debe enfrentar un docente hoy que se para frente a un aula sin estar debidamente formado?

La problemática principal es la autoridad. Hoy el docente no tiene, a priori, ninguna autoridad frente al alumno, y esta situación a mi entender se intensifica por lo que te decía antes (y que ya decía Hannah Arendt en 1958), porque, ¿qué autoridad puede tener un docente que sabe apenas un poco más que sus alumnos? Por supuesto, hay cuestiones relacionadas a la autoridad que trascienden las paredes de la escuela, los ministerios, pero todavía hay cosas que se pueden hacer desde lo institucional.

En una nota dijiste que actualmente se da un simulacro en las escuelas y en los institutos de formación docente, ¿en qué consiste?

En hacer “como si”. Ante la falta de un clima propicio de aprendizaje, ante la imposibilidad misma del aprendizaje, se elaboran distintas puestas en escena: parodias de examen, parodias de trabajos prácticos, y se termina certificando que el alumno tiene “competencias” que, en realidad, no tiene. Es casi una estafa. Después llegan a la universidad y ya sabemos lo que pasa. Aunque si se anotan en un profesorado en muchos casos la estafa sigue, y el género que predomina es el mismo: la parodia.

¿Qué deudas tiene el Estado para revertir esta situación?

Muchas. Una de ellas, como te dije, mejorar la formación docente. Jerarquizar la profesión. Otra: descomprimir cursos. En muchas escuelas se trabaja con grupos de treinta o de cuarenta alumnos y, como me dijo el sociólogo francés Bernard Lahire el otro día, donde hay alumnos con dificultades, no puede haber grupos numerosos. A esta altura ya sabemos, gracias a la sociología, que hay una correlación entre las condiciones sociales y el éxito o el fracaso escolar, en concreto: que los alumnos con menos capital cultural y económico tienen muchas más chances de fracasar que otros alumnos, y es más, ésa es, según distintos estudios, la principal causa de fracaso escolar: la familia, las condiciones sociales, no la escuela. Entonces si a eso le sumamos el hacinamiento, el determinismo parcial se convierte en absoluto, y prácticamente no hay casi nada que se pueda hacer.

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