La exposición «Vik Muniz – Buenos Aires», una retrospectiva de 25 años de trabajo del reconocido paolista que hoy vive entre Nueva York y Río de Janeiro y está entre los latinoamericanos mejor cotizados en el mundo del arte, incluye la primera exhibición de la obra «Buenos Aires», en el marco de la serie «Postales de ningún lugar», que revela el paisaje porteño construido con infinidad de fragmentos fotográficos de otros lugares.
Materiales no convencionales como chocolate, azúcar, diamantes y restos de basurales -desde paraguas a ventiladores, latas, tapas de inodoros- su trabajo consiste en recuperar lo descartado y hacer con eso una virtuosa obra artística -puede recrear el retrato de Elizabeth Taylor con diamantes, «El beso» de Gustav Klimt con pigmentos o permitirse un acercamiento a Andy Warhol con objetos de desarmadero- que desaparecerá tras ser fotografiada.
«Mi arte no conlleva mensajes específicos o ideas a priori, no termina al salir del estudio, ocurre precisamente allí donde la mirada se encuentra con la imagen y las preguntas comienzan a fluir», se lee en negritas sobre una pared del antiguo Hotel de los Inmigrantes, interrumpiendo el blanco persistente del lugar, que tras las ventanas amplias revela el río y, bien cerca de la mirada, pasto alto y galpones ruinosos.
Con entrada gratuita, la muestra podrá visitarse de martes a domingos de 11 a 19, y los fines de semana contará con visitas guiadas previstas para las 17, tras lo talleres de fotografía y collage para niños que desde las 15 ofrecerán artistas como Eduardo Stupía, Rosanna Schoijett y Gabriel Di Giuseppe; en paralelo, los sábados, a la proyección del filme «Waste Land», enfocada en el trabajo de Muniz en la favela de Jardim Gramacho.
Muniz trabajó tres años en Jardim Gramacho, uno de los basurales más grandes del mundo, de donde viene la serie «Imágenes de la basura» que se ve en el museo, y la película que alli también proyectarán, «Waste Land» (Tierra baldía), dirigida por Lucy Walker.
Muniz es responsable de iniciativas como la Escola Vidigal, una escuela carioca de arte y tecnología para niños de bajos recursos; embajador de la Unesco y ganador del Premio Cristal del Foro Económico Mundial.
«El universo de los niños es muy rico pero están condicionados a ser consumidores, por eso la idea es darles una chance -dice, y pisa con fuerza un paso más adelante de donde está parado- para que entiendan y sientan que pueden ser actores, ser parte de los procesos que hacen este mundo, cambiar las cosas».
Un disparo adelantó su nacimiento en San Pablo en 1961 y una bala perdida al salir de un evento lo llevó a mudarse Estados Unidos, donde vivió décadas y adonde su obra trascendió fronteras, desde el Museo Victoria and Albert de Londres, al Instituto de Arte de Chicago o el Paul Getty.
«De regreso de Estados Unidos y ese ambiente un poco glamoroso de vernissages a Brasil, sentí una grieta muy grande entre la vida de mis padres y la mía. La primera vez que ellos entraron a un museo fue para verme en una exposición en 1999 y eso me chocó mucho. Por eso tardé tanto en mostrar mi obra en Brasil, donde el contraste de clases es mucho más fuerte y yo pertenecía a ambas», cuenta Muniz.
Así es que ese año comenzó a trabajar con objetos sociales, «fue una forma de volver a mi cultura natal y recuperar la relación con el niño que fui» y marcó «la diferencia básica, ética y política, de un trabajo que busca promover la meditación sobre la visualidad del mundo contemporáneo».
«Mi intención es mostrar algo que parece que uno muchas veces ya vio, devolver la familiaridad para romperla y crear un diálogo, porque a partir de ese cuestionamiento de la imagen, además de estar viendo las cosas, estás pensando cómo las ves. El arte acontece cuando hay un espectador frente a la obra», concluye.
Fuente: telam.com.ar Imagen: diariodecultura.com.ar